Caminando en círculos.

viernes, diciembre 29, 2006

Buena Suerte, compañeros.



Dicen los toreros-
Buena suerte, compañeros
y no es tan fácil como decir:
Solamente adiós
Hasta luego, amor
hasta luego nuevo amor
Es tan redonda la ciudad
que nos caemos los dos
y eso no estaba en los planes
de ninguno de los dos
y eso no estaba en tus planes
me pides paciencia, te pido perdón
Una sola vez amor
estuve contra el paredón
Y fué dificil como decir:
Solamente adiós
Buena suerte a los dos
y eso no estaba en los planes
de ninguno de los dos
y no estaba en tus planes
me pides paciencia, te pido perdón.

sábado, diciembre 23, 2006

Propósitos 2007

Tachan tachan.

- Comprarme un coche volador para que le den por culo a los putos atascos
- Empezar a beber
- Que Aznar se afeite el bigote
- Que el Murcia suba a primera.

Los del año pasado no se han cumplido ninguno o casi ninguno, así que, aunque no sea supersticioso porque trae mala suerte, no pido nada más.

Feliz navidad sangrienta os desea mi corazón en venta.

viernes, diciembre 22, 2006

El Tiempo.


El universo sólo teme al tiempo. El tiempo sólo teme a las pirámides.

miércoles, diciembre 20, 2006

Las Ruinas Circulares.


Nadie lo vio desembarcar unánime anoche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoran los incendios de antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas. El propósito que lo guiaba no era imposible aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar. Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si anduviera la importancia de aquel exámen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, considera las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba en un alma que mereciera participar en el universo. A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y que sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistirían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos. Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho mas arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía. Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aún sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido. En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado despertó. El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombre derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy. Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer –y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje. Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, agua abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, que vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noche secretas. El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humareadas que herrumbraron el metal de las noches; después de la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñando.

Jorge Luis Borges

sábado, diciembre 16, 2006

Nuevos planes, idénticas estrategias.


Parece ser que va a llover,
el aire aquí es más cálido", me dijo una mujer
de aspecto amable y peinado imposible
esta mañana en el ascensor. ¿Por qué nadie me iba a mentir allí?

Tal revelación me impidió dormir.
Tracé un ambicioso plan: consistía en sobrevivir.

Y mi voz era un imán, y así logré captar,
paseando por el Carrefour a un ejército de un centenar.
Y nos reuniremos en los aeropuertos,
y al calor de una smoking-room en la que no entra aire ni luz
hablaremos del tiempo y acaso del gobierno,
y trazaremos nuestro magno plan,
y a una estación sucederá otra igual.

Parece ser que fracasé;
mi rostro hoy no apareció por televisión.
Da igual; yo, como buen occidental,
sé nadar igual que un pez, un pez en un mar de mediocridad.
Casi claudiqué. De..decían de mi:
"con lo que hay dentro de ti, no estará nada mal si mañana estás aquí".

Y en la cama de un sucio hospital
continúo en soledad disparando como Kevin Ayers a una luna llena,
tan tan llena que no, no puedo fallar, que no voy a fallar.

Y sé que no querrás volver a confiar en mí;
ya nadie confía en la energía nuclear después de lo de Chernobyl.
Pero el cielo, aun tan negro,
es nuestro cielo, es nuestro,
y tengo un ambicioso plan: consiste en sobrevivir.

Lalalarala...(Yo te quiero, y no lo he hecho
y sé que no haré jamás nada más real y nada más sincero,
yo te quiero, y tengo un plan para los dos: consiste en sobrevivir.)

Lalalarala...

lunes, diciembre 11, 2006

Hoy más que nunca

Por cierto: Una de mis canciones favoritas:

Vine del norte buscando una canción y una cruz,
y allí se cruzó un cometa, y en su estela estabas tú.
En Madrid seguiría lloviendo, triste como lo dejé,
y en Santiago con tus luces y su noviembre me quemé.
Y fue después de un concierto, una noche en tu universidad,
allí te encontré de nuevo, "Hoy te invito a carretear".
"Acepto gustoso tu oferta, sólo con una condición:
que no se acabe esta noche y que no me enamore yo"
Andando por La Alameda, tú me empezaste a contar
causas, azares y luchas, en estos días y al pasar
por delante de La Moneda, tú tarareaste a Jara.
Me miraste, "Así tan duro, tienes un aire a Guevara".
Y entramos en un bareto, y allí alguien cantaba a Fito.
"A este paso me enamoro, sólo me falta otro pisco".
"Déjate de historias, súbete ahí, y cántame una de Silvio".
"Sólo si me das un beso", y todos cantaron conmigo.
Salimos del bar borrachos, agarrados de la mano,
y en la calle como siempre jodiendo andaban los pacos.
Tú les gritaste "¡Asesinos!", y los dos echamos a correr.
Tú reías, y en tu risa yo me veía caer.
Pero, "¿Dónde has estado este tiempo? Se hace tarde, vete a casa",
y en tu abrazo a lo lejos, creí oír a los Parra,
cantando para nosotros. Será mejor que me vaya.
Ahí quedé, solo, gritando, sin ti, "Te recuerdo, Amanda".
"Te recuerdo, Amanda".
Al tiempo llegué a mi norte, con una canción y una cruz,
con la estela de un cometa, con tu mentira y con tu luz.
En Madrid seguía lloviendo, tal como lo dejé,
y en Santiago tantas cosas, hoy me muero por volver.
Hoy me muero por volver.
Además:
Yo pisaré las calles nuevamente
de lo que fue Santiago ensangrentada,
y en una hermosa plaza liberada
me detendré a llorar por los ausentes.
Yo vendré del desierto calcinante
y saldré de los bosques y los lagos,
y evocaré en un cerro de Santiago
a mis hermanos que murieron antes.
Yo unido al que hizo mucho y poco
al que quiere la patria liberada
dispararé las primeras balas
más temprano que tarde, sin reposo.
Retornarán los libros, las canciones
que quemaron las manos asesinas.
Renacerá mi pueblo de su ruina
y pagarán su culpa los traidores.
Un niño jugará en una alameda
y cantará con sus amigos nuevos,
y ese canto será el canto del suelo
a una vida segada en La Moneda.
Yo pisaré las calles nuevamente
de lo que fue Santiago ensangrentado,
y en una hermosa plaza liberada
me detendré a llorar por los ausentes.

domingo, diciembre 10, 2006

Rip, rip, Hurra.

Pobreciuo Viejo Pinochet. Ojalá el Dios en el que él creía (Porque yo no) y del que se creía brazo ejecutor en la tierra, lo esté mandando ahora mismito a su compadre Belcebú para que esté torturandole (Quién a hierro mata....) durante toda la eternidad.

Una puta vergüenza que muera en libertad. Una puta vergüenza que los ingleses no nos lo mandaran para España por motivos de salud (6 años más duró el Hideputa).Una puta verguenza qure la puta de la Thatcher intercediera su favor. Una puta vergüenza que haya gente que llore su muerte.

Ahora a esperar la más que probable muerte del barbas y la alegría será doble.


CADA VEZ QUE MUERE UN DICTADOR, UNA ESTRELLA BRILLA CON MÁS FUERZA.

sábado, diciembre 09, 2006

Mira como tiemblo dentro de tu abrazo.


Yo que subí el Himalaya en dos horas montado de un gran caracol
y lo bajé al trotecito silbando bajito así como si nada
yo que he toreado en “las Ventas” cuatro dinosaurios al rayo del sol
y por la noche nos fuimos borrachos perdidos los cinco de fiesta
yo que bajé al infierno en bicicleta
yo que bailé con el diablo un rock and roll.

Yo que fui reina de Egipto y en leche de cabra solía bañarme,
Yo que he emigrado a la luna y bailado desnuda en medio de Plutón.
Yo que he sido Dulcinea y los trovadores solían cantarme,
Que te ofrecí la manzana y en una semana te di el corazón.
Yo, que bordé una bandera en Granada,
Yo, que besé a Peter Pan, en el balcón...

Mira como tiemblo dentro de tu abrazo
y húmedo de vos a la intemperie
me derribo y pierdo todo lo ganado
tan pequeño voy de mi canción... a tu beso.

Yo que de un salto al vacío llegué sin rasparme al centro de la tierra,
y en la mitad del camino crucé a Julio Verne cansado de andar.
Yo que en la cancha de Boca enseñé a Maradona a jugar con la izquierda,
yo que de ojitos cerrados vencí a Bonavena en el Luna Park.
Yo que inventé la palabra fortaleza,
yo que escapé nadando de alcatraz.

Yo que no soy sexo débil y juro por Dios que tampoco costilla,
Yo la octava maravilla y la madre tierra que te vio nacer.
Yo que viví en el Parnaso y llegado el ocaso crucé a la otra orilla.
Yo que he inventado la suerte y como Gloria Fuertes no quise crecer.
Yo, que volé y fui luna en tu ventana.
Yo que reiné favorita en el harén.

Mira como tiemblo dentro de tu abrazo
y húmedo de vos a la intemperie
me derribo y pierdo todo lo ganado
tan pequeño voy de mi canción... a tu beso.

Yo que me voy por las noches a cantar baladas en los cementerios
siempre hay algún que otro muerto que me hace un corito y se pone a bailar
yo que pescando en el río atrapé una ballena con un Pinocho dentro
yo que sin polvo de estrellas volé a los confines de Nunca Jamás.
Yo, que dicté a Moisés los mandamientos
Yo que burlé las leyes del azar.

Mira como tiemblo dentro de tu abrazo
y húmedo de vos a la intemperie
me derribo y pierdo todo lo ganado
tan pequeño voy de mi canción... a tu beso.

-Fede Comín y Elena Bugedo. Mira como tiemblo.-

domingo, diciembre 03, 2006

Mis 5 Fotos favoritas.





Queda menos de un mes...

Para la navidad???
Por supuesto que no. Queda menos de un mes para mis XMAS y mis listas de deseos para el 2007. Que sé que lo esperais como agua de mayo, pillines.

La voz del poeta.


Érase una vez
un lobito bueno
al que maltrataban
todos los corderos.
Y había también
un príncipe malo,
una bruja hermosa
y un pirata honrado.
Todas esas cosas
había una vez,
cuando yo soñaba
un mundo al revés.

viernes, diciembre 01, 2006

Pero sucede también...


A veces, sólo a veces, cuando todo se derrumba y el invierno encañona nuestras costillas un rostro ajeno te reconcilia con el mundo, y de repente siempre es viernes. A veces, más a menudo de lo que pensamos, cuando descubrimos que estar vivo mata y que respirar es toda una hazaña, de repente cielos extensos como siestas de verano nos recuerdan que no estamos solos, que, como dijo el poeta, hoy es siempre todavía.

Para P.